¿Teníamos treinta años, o sesenta? Los cabellos de
André se han encanecido tempranamente: en otra época, esa nieve que realzaba
la frescura mate de su piel parecía una coquetería. Sigue siendo una coquetería.
La piel se ha endurecido y agrietado, viejo cuero, pero la sonrisa de la boca y de
los ojos ha conservado la luz. A pesar de los desmentidos del álbum de
fotografías, su imagen juvenil concuerda con su rostro de hoy: mi mirada no le
conoce edad. Una larga vida con risas, lágrimas, cóleras, abrazos, confesiones,
silencios, impulsos, y a veces parece que el tiempo no hubiera pasado. El
porvenir todavía se extiende hasta el infinito.
Simone de Beauvoir, La mujer rota.
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